viernes, 2 de mayo de 2014

Madrid 2009, el año que cambió mi vida

Quizás influya y mucho mi estancia el pasado fin de semana en la capital, quizás escuchar Vetusta Morla vista de nostalgia esta tarde destemplada de lunes y no ayude, pero ha sido inevitable recordar un sinfín de momentos de mi paso por Madrid hace cinco años.

Echo la vista atrás y no sé como ha podido pasar tanto tiempo, de verdad, no lo entiendo. Cinco años, casi nada. No anda equivocado mi padre cuando se atreve a definir el tiempo como el transcurso de momentos que se suceden hasta que volvemos a sintonizar con la puerta del Sol cada 31 de diciembre. Mediten sobre ello. Merece la pena hacerlo.

Llegué a Madrid al poco de estrenar febrero el calendario de 2009. Precedían ocho meses sabáticos en los que saboreé viajes inolvidables junto a buenos amigos, ocho meses que confirmaron a su vez decisiones laborales garrafales.

A priori llegaba para uno o dos días con el fin de realizar una entrevista sin fecha de incorporación predefinida. Mi amiga Elena se portó como una gran anfitriona. Ella era sabedora de mi reticencia a vivir en una ciudad como lo es Madrid. Lo sabía mucho tiempo atrás incluso, de ahí que intuyese a la perfección como introducirme en materia. Lo bordó. Supo calmar todos mis miedos y prejuicios, que no eran pocos. Desde aquí me gustaría darle las gracias porque supo aportarme esa dosis de calma y objetividad de la que muchas veces carezco.

El hecho es que dos o tres días más tarde, y con el mismo traje y dos camisas en la maleta modo Paco Martínez Soria ON -sólo faltaron los pollos y las gallinas, doy fe de ello- firmé un contrato por 6 meses con Línea Directa, mayormente conocido por el gracioso (para algunos): "tiri tiri tiri". Comenzaba una etapa que no deseaba empezar. Seis meses después lloraría amargamente de la misma manera que lo hago ahora recordándolo.

Ya con curro, contacté rápidamente con, por entonces, dos colegas de Empresariales a los que ya había puesto en canción días previos de mis intenciones en la capital: Jorsan y Goyo. Mentiría si dijese que no me sorprendió la hospitalidad con la que me acogieron porque, como he matizado, eran colegas. Recuerdo como si fuese ayer la cena de acogida que me brindaron en el Lateral de la calle Fuencarral junto a Juan(ito). En esos momentos empezaba a darme cuenta que todo lo que me esperaba se desarrollaría de una forma brutal, sin pausa alguna. Pableras pasaría a ser mi nombre de pila. 

Jorsan, postureo máximo

Goyo, en el medio, cremita en estado puro...


Las primeras semanas fueron una montaña rusa, una auténtica vorágine. Fiel a mi mismo y forma de ser, me mostré a los demás tal y como soy y empecé a conocer a gente, mucha gente. El ambiente en el curro era bestial, todo gente joven, abierta, mucha de Madrid y como no, gente de otras provincias.

Con prontitud hice migas con muchos de ellos y las cañas, quedadas y salidas con fiestas privadas se sucederían todos ello acompañado del ritmo verteginoso de mis cada vez más amigos Jorsan y Goyo, que seguían demostrándome que su acogedor recibimiento no era mera cortesía, sino todo lo contrario.

Juntos me destriparon muchos de los encantos de Madrid. Terrazas como Olavide están grabadas en mi retina. Lugares mítiquísimos como el Rotos, Rocablanca, la Nancy, Nells, Alfredos...son sólo algunos de los lugares donde pasamos inolvidables momentos. Lugares donde también conocí a Foski, un señor de bandera, y a Edu Cariñena "Suazos", caviar, entre otros. Las charradas, botellones y partidos en la Play que se gestaron en el salon del piso de Sagasta son un botín de un valor incalculable. Mi recuerdo es inmenso. Junto a mis dos grandes anfitriones y su extenso y brutal entorno viví experiencias y hazañas para el recuerdo.

Las semanas y los meses pasaron y sin darme cuenta me había acostumbrado a vivir en una ciudad de la que había despotricado y renegado siempre. Así porque sí, sin más. Cuando me quise dar cuenta estaba aclimatado a los placeres del ocio de la capital y al bullicio e incomodidad del transporte público. Por poner un ejemplo, si entraba a trabajar a las 8 am, aquél día el despertador sonaba a las 6 am. Muy tranquilo...

Madrid fue, es y será siempre un punto de inflexión en mi camino, un antes y un después, un descubrir y aprender contínuo en el que hubo una persona singular, especial, única, un crack mayúsculo que me enseñó mucho, una persona a la que extraño y echo mucho de menos.

El Barbas, mi socio, impartiendo lecciones...


Me enseño mucho, demasiado más bien, de la vida en general, del día a día, de aprender a valorar un cigarro y una caña juntos, de saber reírse de uno mismo, de ser más perro que niebla, de aceptarse uno a sí mismo tal y como es y valorarse como el que más. Aprendí y me doctoré en Madrid gracias a ti socio -es así como sólo él me llamaba y lo sigue haciendo en la distancia-, gracias a ti Barbas, buen amigo, la persona que casi me mata con la mirada el primer día de trabajo cuando osé a pedirle un boli y la misma persona que quería vivir conmigo seis meses después en Tres Cantos con una pizarra para contar nuestras venturas y desventuras..."Socio 3, Barbas 2", te acuerdas?

Un tio entrañable, de barrio, de Gggggetafe como diría él, el mismo que me dio a conocer a los Vetusta, el mismo que se tuvo que comer con patatas el mejor Barca de la historia y el mismo que cuando vino a verme a Zaragoza valoró los macarrones de mi padre como nadie nunca lo había hecho antes. Sus expresiones míticas como " de qué socio, de qué", " tu colega ese es muy fino" "si, si, si, si, me vale, me vale" son sólo algunas de las perlas con las que me deleitó. Mis amigos son sabedores de cómo se las gasta. Ribadesella también. Qué recuerdos.

Flower Power, riñonera mediante


Es imposible detallar todo lo que vivimos juntos. Han pasado los años, cinco, casi nada, y el Barbas, un tesoro y un manantial de sabiduría callejera, sigue estando ahí, a 300 kms. A nada más que eso. Zaragoza es tu casa de la misma manera que hiciste de Madrid la mía. Bien lo sabes.

Mariconadas al margen, llegó agosto y con él la vuelta a Zaragoza. Las expectativas laborales no se cumplían y económicamente era inviable continuar en Madrid a lo que se unía el hecho de haber encontrado trabajo en mi ciudad. Blanco y en botella pero no menos duro. Sé que estuve de primeras algo irritable. Mi Erasmus concluía y llegaba a su fín. Lógico por otra parte.

Madrid, allí conocí a María.


Y aunque fue en Zaragoza donde comencé a salir con María en diciembre de aquel año, tuvo que ser en Madrid, concretamente en los aledaños del Santiago Bernabeu, donde la conocí y vi esos ojos por primera vez. Nunca me olvidaría de ellos. Y al respirar...